A Roma con Iniesta (pasando por Ballack)

7 05 2009

Andrés Iniesta se despojaba de su camiseta alocadamente, sin vislumbrar de reojo que el árbitro le aguardaba para mostrarle una estéril tarjeta amarilla. Ya no importaba y así se lo hizo saber el propio jugador mientras galopaba en busca de un rincón perdido que convirtiera Stamford Bridge en el sainete revivido de Kaiserlautern.

La hazaña visitante, inimaginable tres minutos antes, desnudaron al Chelsea en el minuto de la vergüenza. Frank Lampard, brazos en jarra, observaba desde la renuncia cómo el trabajo de 182 interminables minutos caía en desventura tras haber soMichael Ballackbrevivido al claustrofóbico interrogatorio del Barça algo más de media vida. Pero la ruleta rusa guardaba tan solo una bala y Andrés Iniesta, el anfitrión que siempre debería representar a España, la disparó con alevosía.

Fueron instantes infinitos los que transcurrieron desde que Leo Messi evitaba su gambeteo natural para ceder en la frontal al primer hombre albino sin acreditar. Su tez blanca se iluminó nada más contactar con el balón y el corazón, ese órgano vital y esencial que sólo bombea a los grandes, hizo el resto. Sus espordádicos movimientos y el aglutinado atasco que se formó a su alrededor silenciaron los cánticos más «chic» de todo Londres mientras en el césped yacía desconsolado, seguramente, el futbolista más perdedor que hoy en día se recuerde: Michael Ballack.